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domingo, 18 de agosto de 2013

Providencialismo o ingenuidad?

Partimos de que el hombre, hecho a imagen de Dios, es capaz de decidir, ante una alternativa, por una de las dos opciones. Ante esta premisa y las limitaciones en tomar conciencia de lo que nos conviene, nos posibilita el que decidamos erróneamente. No sabemos lo que hacemos, o por lo menos las consecuencias de nuestras acciones. Sabiendo que nosotros somos protagonistas de la historia, lo hemos de compaginar con la expresión que el Señor Dios es el protagonista de la historia. Hay aquella expresión bíblica “Si coméis del árbol del bien y del mal moriréis”. Si optamos, si nos decidimos por una opción incorrecta, acarreamos con las consecuencias ya que nuestro ser y el lugar donde habitamos son afectados por nuestras decisiones a nuestro favor o en contra nuestra a la corta o a la larga, la suerte es que tenemos un corto período de vida en el tiempo y las consecuencias de nuestra actuación no son definitivamente irreversibles. Examinando la historia del mundo nos informa de los bruscos y drásticos cambios que ha ido sufriendo y en cambio aquí estamos, y sobrevivimos generación a generación. Desde el Espíritu albergamos la confianza en la victoria de Dios, opuesta a tantos errores de la humanidad a través de los tiempos, tenemos la promesa garantizada en Cristo de que nos llegará una tierra nueva, un tiempo en el que la verdad escrita en nuestros corazones quedará tan patente que impedirá los errores de ahora, que el reconocimiento de la voluntad de Dios será manifiesto, y el sentimiento de amor a todo lo creado y de gratitud al mismo creador, será suficiente motor de confianza y de respeto mutuo. Este cambio desde que se instituyo el cristianismo principalmente, no exclusivamente, se está gestando en la humanidad. Vivimos un momento en el que la exigencia de justicia parece crecer en todo el mundo, la necesidad de un cambio profundo de estructuras de la organización de la humanidad está aflorando por todas partes. En toda esta trayectoria quiero ver este proyecto divino que avanza hacia su plenitud, a través precisamente de las mediaciones humanas. Ahí quiero ponderar la contemplación de esta presencia oculta pero activa de Dios que continuamente y en todos los detalles de la vida nos conduce, tanto cuanto nos fiamos de él y somos capaces de reconocer en el curso de nuestra vida hasta en los detalles más insignificantes esta acción divina. Esta actitud no es ingenuidad, porque reafirmo la presencia del bien y del mal en nuestra sociedad, porque admito nuestra capacidad de estropear en cuanto nos afecta el plan de Dios, pero estoy lleno de esperanza porque veo a la vez esta trayectoria de fondo que nos conduce a un mundo mejor sin desesperanza. Un fruto en principio de esta actitud es el optimismo, el mantenernos ilusionados, y esperanzados, el tener el coraje de practicar el bien sin desanimo ni fatalismos, aunque se hunda el mundo a nuestro alrededor.

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