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martes, 2 de diciembre de 2014

con el desarrollo personal nos ayudan los instintos

Tendencias que la persona experimenta respecto a favorecer su desarrollo y relaciones con los demás. Estas son experiencias que según una las asume pueden perjudicarle o favorecerla, mantener el equilibrio personal y con el entorno, o una apreciación errónea conduce a exagerar de forma desproporcionada dichas tendencias. Un primer aspecto a reflexionar es el aprecio que nos tenemos a nosotros mismos, es correcto, legítimo y necesario para una vida satisfactoria, siempre que se ajuste a la realidad objetiva física y anímica de la persona. El aprecio a uno mismo no está en su lugar siempre que esté por debajo de la realidad, o en caso contrario por encima de la realidad. La inteligencia i la ciencia nos darán la medida justa en que debemos apreciarnos, i a la par aquellas actividades más apropiadas, eficaces, responsables e integradoras, que según nuestras capacidades podemos ejercer; y a la par serán las más satisfactorias. De todas maneras en el proceso de nuestro desarrollo podemos caer en el error, gracias al deseo de conseguir nuestros objetivos, de querer imponernos a los demás no respetándolos adecuadamente, o por el contrario no asumiendo nuestras responsabilidades, manifestando dejadez, ineficacia, indolencia. Así como personalmente hemos de ajustarnos a la realidad igualmente en la valoración de los demás, intentando siempre reconocer la verdad, mediante la máxima objetividad posible admitiendo siempre, sin rechazar nada, que sea parte de la realidad circundante Vernos a nosotros mismos tal como somos y no compararnos a los demás, es humildad. La persona engreída y vanidosa responde siempre a apreciaciones distorsionadas de la realidad, conducen al desprecio de uno mismo o al de los demás o a sobrevalorarse y valorar a los demás por encima de su realidad. Si el auto aprecio del otro te molesta es que no has acertado en tu relación. La valoración distorsionada en la valoración humana o espiritual se llama soberbia. Otra tendencia natural es la que me impele a esforzarme por tener todo lo que necesito para lograr los objetivos que preveo dentro del colectivo en que me muevo, y a la vez reconocer en los demás el mismo derecho a obtener aquello que según sus características requieren. El complejo de Diogenes o el afán de acumular por encima de lo necesario para la satisfacción personal, o por encima de las necesidades familiares; justificar la acumulación de bienes materiales para mantener un nivel de competitividad a nivel empresarial sin límite. Es el mayor error del capitalismo. No concierne sólo al dinero. La generosidad consiste en dejar que los demás reciban el reconocimiento o la alabanza, por aquellas acciones que han favorecido el bien común. Es dar sin esperar nada del otro. La avaricia pretende reivindicar más de lo que a uno le “corresponde” rompiendo el equilibrio personal y comunitario. Otro movimiento espontaneo de nuestra personalidad es observar los hitos que los demás alcanzan en su desarrollo i actividad, es motivo de alegría y admiración y también de gratitud por cuanto la comunidad humana se beneficia de ello. Esto nos lleva a apreciar a los demás en aquello que son o consiguen. La persona que se siente estéril y desea un reconocimiento similar al de los demás sin causa, porque no ha acertado en su vida, se siente frustrada, fracasada, tiende a representar los logros de los demás como una ficción que no satisface porque no responde a la realidad, esta reacción falsa se llama envidia o celos, en este caso conviene un ejercicio de reconocer los valores ajenos como ajenos, y los propios como propios, estos hay que descubrirlos. Lo contrapuesto es amar a los demás por lo que son y por lo que ofrecen a la sociedad. "El amor es paciente, el amor es amable…” El amor busca activamente el bien de los demás en atención a ellos. La envidia se resiente del bien que reciben los demás o incluso que pudieran recibir. Otro afán que brota en nosotros es la justicia como el derecho a que cada uno disponga de lo que le corresponde tanto en bienes materiales como en reconocimiento de las habilidades y méritos de cada uno, y cuando se echa en falta surge la indignación, pero la sola indignación no soluciona la falta de justicia, o reconocimiento de la dignidad de cada persona, crea tensiones y distanciamiento entre personas. La ira es a menudo nuestra primera reacción a los problemas de los demás. La impaciencia hacia las faltas de los demás está relacionada con esto. Buscar las causas de la injusticia, mirar de compensarlas, se hace dando salida al sentimiento que minimiza la injusticia, que aplica los recursos, que muestra aprecio hacia aquellas personas que han sufrido la injusticia, muestra amor y se hace amar, por su trato compasivo y constructivo respetuosamente hacia los demás. La amabilidad consiste en adoptar una actitud cariñosa, con paciencia y compasión. Otro afán es crear familia, se centra en la generación humana que llevado sanamente a uno le llena de alegría. Toda buena acción comporta placer. La pareja humana: hombre –mujer por la sinceridad y aprecio mutuo, por la amistad a la que sus corazones les han impulsado, se consolidan como pareja en la convivencia ,se organizan un hogar en común y exclusivo, y con ello se despierta el deseo de la máxima intimidad. Esta intimidad será la proveedora de los hijos, hijos que cada pareja concretará cuantos puede atender, y calculando el espaciado entre ellos, o cual será el último. Ahora bien tanto el hombre como la mujer en circunstancias normales mantienen un periodo de fertilidad y dentro del mismo las ocasiones para el abrazo íntimo serán mucho más abundantes que la cantidad de hijos que puedan atender, en consecuencia el criterio será respetar la ley natural como uno de los elementos básicos para mantener la estabilidad de pareja. Si a la relación de pareja se ponen condiciones restrictivas por normas aprendidas de antaño, o por temores de alguno de los dos crea en el otro una represión , que puede derivar en una desviación sexual, también el exceso de apetencia de uno de los dos, llega a cansar la pareja, y desvalorizar la relación amorosa, de nuevo nos enfrentamos con el equilibrio debido a cada apetencia humana, fuera de este equilibrio hay la masturbación, la prostitución , la infidelidad, que son dependencias que estorban la persona del desarrollo adecuado de otras ocupaciones, porque esas dependencias suelen ser envolventes. El dominio de sí impide que el placer mate al alma, sofocándola. La lujuria es el impulso autodestructivo hacia el placer de un modo desproporcionado a su valía. El sexo, el poder o la imagen pueden ser utilizados para bien, pero tienden a escaparse fuera de control. Otra apetencia nata es comer para desarrollarse o permanecer alimentados, con fuerzas corporales para atender las actividades a las que me he comprometido en la vida. El equilibrio i la moderación dietética nos exigen un estudio amplio en organizar nuestra dieta diaria. La ingestión desordenada de alimentos perjudica nuestra salud así como dejar de comer para mantenerse desnutrido. Tanto la gula por exceso de comida, como la bulimia, que es comer por debajo de lo que uno necesita ambas cosas no se ajustan a la ética de fidelidad a la naturaleza. Esto no se refiere sólo a la comida, sino también al esparcimiento y otros bienes legítimos, e incluso a la compañía de otras personas. Una última apetencia básica en el desarrollo i socialización de la persona, es gozar de una actividad útil al bien común, desarrollando la iniciativa personal, y ofreciendo un servicio que los demás pueden necesitar. En la sociedad actual es difícil el encaje de la persona en una actividad que genere un bien social, pero investigación y tecnología son las puertas abiertas para emprendedores con imaginación suficiente para encontrar más aplicaciones al conocimiento, a esto se llama diligencia , y al que se queda sin iniciativa y sin coraje para emprender es el perezoso. La diligencia es la respuesta enérgica del corazón a ese afán de querer ser productivo. Los contrarios obran juntos para embotar los sentidos espirituales, de modo que primero nos volvemos lentos para responder a esta exigencia interna, y luego nos dejamos arrastrar totalmente al sopor de la complacencia.